DEMOCRACIA VERSUS CAUDILLISMO
Por: Nicómedes Sejas T.
La declaración de un grupo de ciudadanos de reconocida imagen pública en
defensa de la democracia y la justicia ha tenido un notable
impacto en la opinión pública y, de modo
muy particular en los oficialistas.
Los firmantes de la declaración admiten que el NO a la re-re-reelección del
caudillo del mas fue un mensaje contundente para frenar todo intento de
continuismo. Parece que el pueblo tiene una capacidad de comprensión de la
problemática sociopolítica en la que se halla inmersa sin necesidad de
verbalizarla; en ella no sólo acciona su sensibilidad emocional, sino también
cierta lógica por la que identifica la causa de su desasosiego. Pero
curiosamente no se percatan de que el mensaje tuvo dos destinatarios: el
oficialismo y la oposición. En realidad aquel pueblo, heroico luchador por la
democracia, más allá de su encriptado sentido en el que entienden los
oficialistas y algunos opositores, no está preocupado por las formas externas y
formales del sistema democrático, sino por las anomalías de una democracia ineficaz para resolver sus
problemas socioeconómicos, cuyos efectos cotidianos son devastadores para la
mayoría de las familias bolivianas.
El pueblo está descontento, la élite no. El pueblo tiene motivos para estar
descontento, la élite no, excepto los perseguidos y los acosados por aparentes
causas políticas. La élite no ha perdido sus prerrogativas, su capacidad de
ejercer el poder en un manto invisible, detrás de venerables y bien lucrativas
actividades como la banca, la agroindustria del oriente, a los que se suman los
nuevos beneficiarios, los cleptócratas, los mineros cooperativizados, los
cocaleros del Chapare y otros aliados; la mayoría de la población
económicamente activa está condenada a subsistir generando autoempleo.
La democracia, sustentada en el principio de la soberanía popular (Rousseau),
ha tenido una dramática historia desde su instauración con la República, una
larga transición de una democracia colonial a otro liberal, que aún no
concluye. Una sociedad fragmentada en ”indios” y “blancos criollos” había
privilegiado la ciudadanía y los derechos políticos de los segundos en
detrimento de los primeros, y formalmente el poder de los “blancos criollos” tuvo
una larga continuidad mediante el voto calificado y desde la década del 50 del
siglo pasado con prácticas clientelares. El derecho político era privativo de los
blancos, los indios eran simplemente ignorados y no podían votar. Las reformas
de esta estructura colonial sólo fueron posibles por la lucha de los indios,
por la persistente lucha por su ciudadanización. El “voto universal” solo pudo
efectivizarse con la participación popular (1994) por la presión del movimiento
indígena. Pero los objetivos de descolonización del movimiento indígena, al
convertirse en un discurso indigenista y
no en un programa de gobierno, quedaron postergados indefinidamente y junto con
ellos los problemas del colonialismo interno quedaron sin resolver.
Es cierto que la democracia que no promueve la alternabilidad y no respeta
la independencia de poderes no es saludable; pero si además no tiene capacidad
para promover equidad e igualdad socioeconómica es puro colonialismo. En
Bolivia, la democracia se ha caracterizado por su sesgo colonialista y en vez
de profundizar la igualdad ciudadana y un liderazgo renovador ha engendrado el
caudillismo, y una sistemática
resistencia a institucionalizar la democracia intercultural. Aún se invoca la
democracia en un sentido ambiguo, el poder como un medio de legitimación del
monopolio en la toma de decisiones y la oposición como la legítima defensa del
Estado de derecho. El oficialismo invoca la democracia para justificar su
vocación caudillista, un exceso en la instrumentalización del simbolismo
étnico, con fines puramente electorales.
La defensa de la democracia y del Estado de derecho no tiene que ser
necesariamente el retorno al viejo modelo, ni la alternativa está en el extremo
“neoliberal” porque sí. El MAS, por su vocación indigenista y su desinterés por la
administración eficiente de los recursos provenientes de los altos precios de las materias
primas, ha frustrado las esperanzas de
un electorado que creyó llegado el momento de los excluidos. El nuevo rumbo de aquel electorado está claro,
ya se ha expresado en el Referendo del 21F, platea el nuevo reto de reencauzar
el proceso de descolonización.
En esta nueva etapa, el fracaso del indigenismo de izquierda y los
problemas creados por su gestión son la
nueva oportunidad para el movimiento indígena y la mayoría electoral, los únicos titulares del poder constituyente, con
potestad para decidir libremente sobre el presente y futuro de la sociedad
boliviana.
LP, 19/04/2017
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