Fuente: Corte Nacional Electoral - Google
LO INDÍGENA POPULAR COMO EJE DE LA ALTERNATIVA
Por: Nicómedes Sejas T.
La ley de organizaciones políticas ha devuelto a los
partidos el protagonismo de mediación entre el Estado y la sociedad, un mecanismo
de la democracia representativa que no
ha podido ser definitivamente superada por la llamada democracia participativa
y directa. Está forzando a los partidos a salir de su anomia, a despertar de su
letargo durante el cual un solo partido
ha ocupado todo el espectro político durante más de una década. No fue
precisamente la caída de popularidad del partido gobernante el despertador de
los partidos y de sus líderes, fue la nueva ley que sonó como un timbre, un llamado a sus deberes formales de
presentar sus listas de militantes,
elegir a sus candidatos para las próximas elecciones, y en gran medida legitimar
el sistema político. Los partidos no pueden negarse a participar en el proceso
electoral sin el riesgo de perder su existencia y su razón de ser, y están
obligados a acatar las reglas aprobadas
con las formalidades procedimentales de la Asamblea Legislativa sin ninguna
oportunidad para modificarlas, ni de rebelarse contra las rigideces de una
agenda electoral diseñada según los intereses del oficialismo.
La maniobra del mas presiona a la potencial oposición,
sin dar tiempo para soñar con una nueva
Bolivia, a pensar en una alternativa real, incluso a tener por naturales las distorsiones de las
banderas del movimiento indígena. Las ideologías surgidas en tiempos del
liberalismo colonial nunca comprendieron
la perspectiva anticolonial de la historia de Bolivia. El socialismo
construyó su estrategia revolucionaria con un sujeto motor ficticio, la clase
obrera, que sólo existía en su imaginación, ó
la teoría que la suponía; el
liberalismo colonial tampoco percibió al indio más que en términos
sepulvedianos, un sub humano, un lastre para el progreso y la modernización
occidental. El prejuicio como ideología ocupó el lugar de la teoría.
Ya sabemos que el Mas llegó al poder sobre la ola de
descontento social y la crisis de representatividad indígena popular de los
partidos. La frustración y el rechazo contra los partidos tradicionales
movilizó al electorado indígena popular a votar masivamente contra los partidos
tradicionales, con la esperanza de que un candidato de origen indígena, con la aureola de moralidad indígena, moralizara la política; podía ser la solución largamente
esperada para la profundización de la democracia en una perspectiva intercultural. La
principal reforma democratizadora de la década del 90, la ley de participación
popular, promovió al candidato de origen indígena con el formato de una amplia
alianza corporativa con las organizaciones sociales. Para la cúpula del Mas
acceder al poder no fue una elección cualquiera, sino una verdadera captura del
poder, al igual que en Cuba, en Venezuela o en Nicaragua, claro está, con los
matices del caso.
Los fundadores del Mas, los cocaleros, los campesinos, dirigentes
y otras organizaciones, fueron el medio para llegar al poder y, una vez en él,
sus socios de la vieja izquierda se apropiaron con pretensiones de ejercerlo
indefinidamente. Para el Mas su mayor patrimonio político es su candidato
indígena, convertido en caudillo insustituible, es el punto de unión entre el
partido y sus electores, aunque también es un Presidente que no gobierna. Se ha
establecido un nivel de empatía entre el caudillo indígena y los electores como
un vínculo identitario, cuya eficacia electoral rebasa los costos sociales y
los costos económicos que suponen la corrupción, pero sobre todo, los efectos
perversos de la desinstitucionalización del Estado. El Mas asume cierta
amoralidad revolucionaria por la que la Constitución y las leyes sólo se acatan
si éstas
contribuyen a la conservación del poder, desplazando a un segundo plano
la esperanza de sus propios electores. Su carta más inmediata es la Ley de
Organizaciones Políticas, con el cálculo de impedir la competencia en sus afanes
re-electoralistas, al introducir un incordio entre las “plataformas” y los partidos. Pero
tampoco es impensable que las
elecciones del 2019 terminen en otro
fracaso para el Mas, como el referendo del 21F (2016), convocado antes de extinguirse los últimos estertores de la
celebración de las elecciones nacionales, con un incuestionable No a la
re-reelección, recurriendo acto seguido al TCP para allanar la repostulación de
sus caudillos, mediante un fallo basado en una mañosa interpretación del art.
23 del Pacto de San José, provocando un rechazo generalizado de la ciudadanía. Así
mismo, el Mas está decidido a usar propagandísticamente el fallo de La Haya,
con el discurso que el mar nos une, o incluso proyectando el sofisma de que el
apoyo al Mas se convierte en una condición de éxito de nuestra demanda
marítima. Es muy posible que en última instancia el Mas recurra a torcer las reglas electorales si fuera necesario para declararse ganador;
entre tanto el discurso exitista de su gestión pueda muy bien disimular su
inconsecuencia con los objetivos políticos del movimiento indígena popular que
lo llevó al poder.
La oposición también razona en términos meramente electorales,
se suma al afán de la búsqueda del poder por el poder, sin ninguna razón
ideológica, ni una utopía que realizar; en su aspiración de poder no existe el
fin ético y político, o se da por sentado que el fin político ya fue resuelto por el
modelo occidental de progreso propuesto por los modernistas; de modo que todo
su esfuerzo gira en torno a las estrategias de cómo alcanzar el poder: superar la temida sobrevivencia y de ser capaz
arrebatárselo al Mas.
Las estadísticas están jugando un papel muy importante en
la actual coyuntura electoral, tiene un efecto imposible de ignorar; a tal
punto que las primeras escaramuzas entre oficialismo y oposición sólo se las
puede apreciar en las encuestas conocidas. Las opciones de la oposición están
siendo definidas por el supuesto apoyo que van logrando los potenciales
candidatos, haciendo una interpretación muy técnica de las inestables curvas de
subidas y bajadas, pero insuficientes para sondear la subjetividad del
electorado.
La pugna electoral
debe remitirnos a las causas que explican la lealtad de los electores del Mas y
la formación de una nueva mayoría de electores que esperaran ansiosamente una
oportunidad para la alternabillidad. Las “Plataformas” son los núcleos más
activos de una embrionaria forma de representación popular, pero no son toda la
mayoría descontenta; los partidos que han renovado su mandato de mediación en
virtud de la ley de organizaciones políticas, no están en condiciones de asumir
el reto de ser la alternativa de poder, a menos que tomen conciencia de la
importancia de resolver sus problemas de representatividad indígena popular. La
chequera puede ser importante, pero carece de un poder mágico. El electorado
espera un candidato que sea la verdadera alternativa por el que pueda votar sin volver al pasado.
LP, 25/09/2018
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